TROPICANOS
1 – ARRECIFES DE CANCUN
La noche anterior fue normal en Cancún. Salimos y
habíamos quedado con el grupo de Sandy. Yo además, tenía cita de pesca con Tío
Eduardo por la mañana. Lo sensato
hubiera sido no salir y dormir. Ir de pesca significaba levantarse pronto, pero
la noche tiene sus propias normas, y la juventud un alto grado de
inconsciencia.
Era el segundo o tercer
viaje a México, tampoco sería el último. Tuvimos mucha suerte de conocer a
Sandy, sus amistades y su familia.
El culpable de esto fue el
Tropicano valiente, que en una discoteca de la zona hotelera, se puso a hablar
con unas chicas muy elegantes y morenas, con el brillo de cuando se ha tomado
el sol en el día.
Las bebidas en Cancún son
poco fuertes, quiero decir que los combinados llevan poca cantidad de alcohol.
Estamos acostumbrados a “carga” más fuerte. Quizá por eso mismo, uno más o uno
menos no se notaba. Y es que se hace lo que el grupo hace y se va a dormir
cuando el grupo lo hace.
Por la mañana no podía
aguantarme derecho. No me encontraba nada bien. Mareo de estómago. Misterios
del cuerpo. . .
No sé que tenía, pero no
podía permitirme perder la oportunidad de un día de pesca en México. Y aún más
con un conocido y conocedor del lugar.
Había visto una foto de Tío
Eduardo en un periódico local, con la captura de un gran tiburón en la laguna
de Cancún (Cancún es una lengua de tierra paralela a la costa de varios
kilómetros. Por la parte interior hay una laguna que cubre toda la zona. Creo
que de agua dulce).
Sandy me había hablado muy
bien de su tío.
Habíamos quedado en una
pequeña marina que tenía en el lado de la laguna. Cerca de un importante hotel
donde tenía uno de sus negocios. Un lugar bonito de veras.
Dos barcas,
con sus respectivas pasarelas y un par de casitas. Una era para guardar
los aparejos de pesca y la otra era donde vivian una familia indígena que
cuidaban el lugar.Vestían túnicas blancas y tenían el cabello negro, liso y largo.
Tío Eduardo ya estaba con
los preparativos. Yo le conté que no estaba al 100 %. Como buen pescador me
avisó que estaríamos varias horas en el mar. Era un aviso. . .
Francamente, no lo tenía muy
claro. ¿Y si me soltaba a vomitar? (¿quién me mandaría a mi salir de juerga?)
Estaba decidido y saldríamos
en breve. Primero iríamos a conseguir carnada.
Subimos a la barca más
pequeña. Era muy plana y no parecía muy segura, pero era Él quien dominaba la
situación.
El malestar, junto con el
sueño estaba presente.
Salimos con la primera luz
del día. En 10 minutos, aún dentro de la laguna, tío Eduardo se detuvo en la
orilla y lanzó una pequeña red, para pescar sardina, que usaríamos de cebo.
Una barca, un día por
delante, agua transparente, un día nuevo, el mar Caribe, una experiencia nueva
y una compañía excelente. Aquel hombre tenía aquello que tiene la gente
importante. Aquella energía interior y aquel dominio. Que utilizó para hacerme
sentir bien.
Yo sabía que era de aquellas
ocasiones que sabes especiales. Tanto por la ocasión como porqué podía ir bien
o mal.
Ya aún dentro de la laguna me
incliné hacia fuera de la barca para echar las papas. Sin teatro ni
disimulando, no quería hacer sentir incómodo al sr. Eduardo.
El se dirigió hacia la
bocana de la laguna, y desde allí hacia mar adentro, hacia el arrecife que hay
a una milla de la costa.
Después de echar el ancla,
el sr. Eduardo me contó como planteaba el día, la técnica a usar y lo que él
preveía que ocurriría.
Yo estaba entre la emoción
de la salida, el dolor de cabeza por las expulsiones bucales y el mareo.
Pescaríamos al volantín.
Unos anzuelos de buena medida con un pececito de la laguna cada uno. Debía ser
prudente de no cortarme en caso de éxito.
Al bajar el plomo con el cebo hasta el fondo, transcurrirían, como mucho, unos segundos, hasta notar las picadas. Si estas se detenían, era que se habían comido el cebo y se debía repetir la operación.
Al bajar el plomo con el cebo hasta el fondo, transcurrirían, como mucho, unos segundos, hasta notar las picadas. Si estas se detenían, era que se habían comido el cebo y se debía repetir la operación.
El sol pegaba fuerte y en el
Caribe . . . El calor se añadiría a las otras variables.
Era impresionante la
facilidad con que picaban y los peces que íbamos sacando. Pescados de entre
medio y dos kilos, de especies tropicales típicas de arrecife. El capitán
guardaba los peces en dos lugares distintos.
Le pregunté por esa
particularidad y me contó que un tipo de pescado, los amarillos, servirían de
cebo para la pesca de la tarde.
Si aquellos pescados habrían
de utilizarse para carnada, no me imaginaba las posibles capturas. . .
Las horas pasaban entre
pescados y vómito, entre emoción y sueño, entre vómito y dolor de cabeza.
Estaba francamente agotado, feliz, aturdido, emocionado. Pensaba en como seria
sacar una pieza grande.
El pescado amarillo de
carnada, un metro de hilo y un gran trozo de corcho. Unos veinte metros de hilo
hasta la barca, y en el suelo de ésta, una simple bobina.
No hacía falta cañas. Allí
se encontraba la pura naturaleza, paz, agua, calor.
De repente, un ruido seco
advertía de algún incidente. La bobina de hilo que reposaba en medio de la
barca se había disparado un metro hacia arriba. Algo había tirado del hilo, y
lo seguía haciendo. La adrenalina se disparó y mis manos iban solas a coger el
hilo, con permiso del capitán.
La sensación de un animal tirando del otro lado, sumergido en la misteriosa agua caribeña, es muy especial y adictiva.
La sensación de un animal tirando del otro lado, sumergido en la misteriosa agua caribeña, es muy especial y adictiva.
No sé lo que duró el juego
de tira y afloja, pero mientras duró, desapareció el dolor de cabeza y el mal
estar. El pez acabó cediendo y el capitán lo ayudó a entrar en la barca con el arpón.
Recordaría siempre ese día.
Volvimos con la satisfacción
del trabajo hecho. En la misma marina, Eduardo limpió el pescado y guardó los
aparejos.
Volví al apartamento hecho
polvo y feliz. 12 horas de cama por delante.
Hay momentos especiales en
la vida. Gracias Eduardo, gracias Sandy.
JP
No hay comentarios:
Publicar un comentario